Reporte #017 del estado de la cuestión
Si el aceleracionismo es una crítica posthumanista al capitalismo (no una política, es decir, aunque sí pueda ser concebible una "política aceleracionista", influida por el aceleracionismo), también nos conduce a pensar en la producción de subjetividades desde el tecnocapitalismo global, La Cosa siempre mutante que nos crea y nos vulnera al mismo tiempo. Esta reflexión, llevada al territorio de las temporalidades, tiene en la visión del tiempo bajo el "realismo capitalista" propuesta en su momento por Mark Fisher (y con resonancias con el concepto de retormanía de Simon Reynolds) su paradigma más o menos estandarizado, y ya, diría yo, agotado. (De hecho, parte del problema de las temporalidades desde el aceleracionismo es que apenas nos tomamos tiempo para pensar, las cosas ya cambiaron drásticamente)
En algún texto publicado por ahí propuse el concepto de "horizonte hauntológico", que refiere a una construcción de época (o zeitgeist retrospectivo y por tanto hipersticional) desde la explotación especulativa de sus futuros potenciales. Hace unos 10 años ese horizonte contorneaba la década de los 80; en los últimos 2 o quizá 3 años -post-pandemia, es decir-, el horizonte se movió hacia los 90, y ahora es esa década la que anima la producción de temporalidades (lo cual el capitalismo reterritorializa como nostalgia marketineable y disuelve en lugares comunes) y también especulaciones retrofuturistas, como si el loop trajera de nuevo a Evangelion, a Snow Crash y a la ansiedad rave del futuro. Sin embargo, tengo para mí dos cosas: uno, que esta última producción de hauntología está necesariamente tocada por el weird (como respuesta al cambio climático y su retorno de los grandes antiguos en la ecología oscura y también al paso de la pandemia por COVID), y dos, que se agotará más rápido que la centrada en los ochenta: ya empieza a despuntar, es decir, un desplazamiento del horizonte hauntológico hacia la primera década del siglo XXI.En cuanto a la narrativa latinoamericana tuvimos la primera explosión weird entre 2018-2019: su epicentro fue en Bogotá, y la permitió/ocasionó la consolidación de nuevos caminos de circulación de la ciencia ficción escrita en la región. Así, desde la labor editorial de Ediciones Vestigio, la red de conexiones con proyectos editoriales de otros paises y, especialmente, el trabajo de autores como Luis Carlos Barragán, el nuevo weird latinoamericano resignificó el pasado proponiendo como precursores a Jorge Baradit y Alberto Chimal. Este proceso fue leído unos años más tarde desde el Río de la Plata, en particular desde Argentina, y así emergió una nueva escuela weird latinoamericana, que tiene a su vez dos ramas: la primera es la hauntológico-fantasmal, más centrada en repensar el gótico y en proponer al pasado como clave del futuro. El centro de esa escena es notoriamente Juan Mattio y su excelente novela "Materiales para una pesadilla", que además incorpora al ciberpunk por caminos no estrictamente weird o "raros" sino más bien "eerie" o espeluznantes, por retomar el binomio fisheriano. En Argentina, además, ya se había producido una interconexión entre la ciencia ficción influida por el weird (la escuela bogotana) y un horror nuevamente "weirdificado", y esto eclosionó especialmente en buena parte de los cuentos (los mejores, me atrevo a decir) de Mariana Enriquez (en particular "Bajo el agua negra" y "La virgen de la tosquera") y, especialmente, en su obra maestra, Nuestra parte de noche. La segunda rama invierte la ecuación, incorpora al ciberpunk desde el weird y propone al futuro como clave del presente/pasado; si la rama centrada en Mattio es fisheriana, la segunda -con Pablo Farrés y su monumental novela Las series infinitas como figura descollante- es filolandiana. Por supuesto, la gran mayoría de las novelas evita ser leida plenamente desde una de estas dos ramas: más bien la proliferación de textos parece tender a uno u otro de estos atractores, creando un sistema complejo en el que la configuración en dos ramas emerge en la medida en que se suman más obras. La segunda lengua materna, de Flor Canosa, ocupa un punto quizá intermedio, aunque para mí un poco desplazada hacia la segunda rama, del mismo modo que La ciudad incomprobable, de Gonzalo Santos, ofrece una síntesis entre la hauntología y el retrofuturo y el ciberpunk devuelto a uno de sus origenes posibles: el weird dickiano a la Ubik o Los tres estigmas de Palmer Eldritch (a su vez, la reintegración de todo esto a una hauntología no ciberpunk sino ligottiana nos comunica con la obra de Agustín Conde De Boeck). Pero todo pasa demasiado rápidamente, en definitiva, distorsionando, warpeando la perspectiva. Y ante la ansiedad noventera del futuro resignificada para esta década, cabe preguntarnos ¿qué sigue? Si radicalizamos aun más la segunda rama y la expandimos hacia otras zonas del continuo weird -este sería, de hecho, mi camino favorito- entra en juego la teoría-ficción: la primera de las ramas que comenté es, en el fondo, una apuesta conservadora en cuanto a su fijación en la narrativa. Sin llegar al elemental "lo único que en realidad importa es contar una historia" de escritores como Luciano Lamberti (que representa la regresión desde el horror influido por el weird a una simplificación gótica fijada en el pasado, con una disolución de toda tendencia posthumanista en figuras manidas y humanizables, como la del "cazador" de su desilusionante última novela), la primera rama evita en gran medida (no plenamente) una revisión radical del canal y el medio y da la espalda (aunque la mira de reojo, porque se trata del trabajo de gente inteligente) al sector más formalmente extraño del continuo, el habitado en su zona anlgosajona por escritores como Mike Corrao, Jake Reber, Joyelle McSweeney, Amy Ireland y Gary Shipley, y en la zona iberoamericana por los maestros Francisco Jota-Pérez y Germán Sierra.
Así contada la historia es la de un primer impacto, el bogotano, un segundo, el argentino, y la inminencia de un tercero (ya están llegando los ángeles, mientras acá todavía estamos construyendo el EVA01) que probablemente sea más bien subterráneo o suboceánico: pero ya hay indicios. Así, desde Bogotá, la obra de Mauricio Loza, algunos textos muy recientes de Barragán y también cierta zona de la producción de Hank T. Cohen empiezan a incorporar lo ergódico y la teoría-ficción, desplazando a la narrativa del lugar central. Una posterior radicalización de esta pauta nos llevará a un nuevo-nuevo (recuerden el chiste aceleracionista sobre no tener tiempo para pensar) weird latinoamericano: y lo hará liberándose de los últimos resabios o taras implícitas en el paradigma hauntológico fisheriano (esto no implica abandonar la hauntología como producción de afectos, sino horizontalizarla junto a otros procedimientos). En cierto modo, será posthumanista o no será (y en ese sentido más afin a la segunda rama de la escuela bonaerense de weird latinoamericano): será posthumanista/landiana o se disolverá en el ámbito de política de corte más humanista/fisheriano que todavía impera en la primera rama de la escuela argentina. O, mejor dicho, quizá comience por restituir a Fisher a sus orígenes en la CCRU, y por depurar a Land de sus execrables conexiones con la alt right (por entenderlo no como un estado de la reflexión sino como un vector hacia un posthumanismo aun más radical, en el que se vislumbra al maestro Louis Armand -sus novelas The Combinations y Vampyr, su noción de entropoceno- como figura señera).
Esto, hipersticionalmente, ya aconteció. Ahora dejémos contagiar por su influjo retrocronal.
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