No parece ahora desatinado (ni parecía entonces) pensar que el 2016 fue un año de maravillas para la narrativa uruguaya. Entonces, el consenso crítico se centraba en manifestar la calidad ante todo de dos libros, El hermano mayor, de Daniel Mella, y Todo termina aquí, de Gustavo Espinosa, con un lugar secundario reservado para Pichis, de Martin Lasalt; a la vez, fue el año en que se publicó Los ojos de una ciudad china, de Gabriel Peveroni, una obra única en la narrativa uruguaya reciente y, por lejos, mi favorita de las recién mencionadas (si tuviera que rankear: Peveroni, Lasalt, un espacio vacío, Espinosa y Mella, en este orden). Entonces, a la hora de pensar en el concurso anual del Ministerio de Educación y Cultura (digámoslo claro desde el comienzo: el premio no será una millonada pero ay cómo ayuda), que corre con un delay de 2 años, las perspectivas de mi novela Verde, que había salido en 2016 y por lo tanto podía participar del concurso en 2018, parecían bastante reducidas...